
Fue algún día por la tarde
insólitamente oscura
en que se dio la locura
de mirar el aquelarre.
Aquelarre conocido
como el dedo de la mano
y no sé por qué, hermano,
mirando he permanecido.
Curioso de las basuras
de este mundo repugnante
con ese cielo llorante
me quedé en la tarde oscura.
Antes del gran diluvio
el aire se enrareció
porque el viejo Héctor Rubio
desde los cielos habló.
Habló sin saber de qué
de liras y trovadores
y su club de admiradores
al acto estuvo de pie.
¡Es el dios del tiempo que habla!
dijo la Miriam Kitrosser
mientras el culo rascose
sin bajarle la mirada.
Bifarella asombradito
elevó un enorme aplauso
que se perdió en el tarrazo
donde anida el pescadito.
Mientras la Carmen hinchose
mucho más de lo habitual
y le juró su amistad,
con el rabo persignose.
Vuelo de nubes oscuras
de cuervos descalabrados
aún no había acabado
aquelarre de locura.
Faltaba la bruja roja
que perdida en Alemania
por la beca regalada,
cayó montada en su escoba.
Las Arguellos sin tapujos
gritaban enloquecidas
¡qué el doctorcito bendiga
para el próximo concurso!
Entre las piedras candentes
y los yuyos tan resecos
bajó el gran doctor muy fresco
mostrando a todos los dientes.
Al momento de pisar
tierra de arte bendecida
se abrió como enrarecida
como queriendo negar.
Vimos al diablo asomar
con la mano lo agarró
y con fuerza lo tiró
hacia adentro con maldad.
Desde afuera se escuchó
al mismo diablo decir
¡yo no le dejo vivir
al que sea peor que yo!